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martes, 18 de agosto de 2009

En ruta: Gijón - Villalba (265 kms.)


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Seguimos avanzando por la costa. A buen paso. Hace sol a ratos. Por lo menos, no llueve, y no tiene pinta de que vaya a hacerlo. Paramos en el Cabo Peñas, y desde allí llegamos por la costa hasta Avilés, donde avanzamos parte del camino por una autopista que abandonamos siempre que podemos.


Vistas desde el Cabo Peñas

La llegada a Luarca la hacemos por la N-643a. No sé qué significa esa 'a'; pero es una carretera menor en jerarquía, que avanza retorciéndose bajo la sombra de los viaductos de la autopista. Atravesamos bosques de eucaliptos en penumbra. Por encima de las copas de los árboles brilla el sol y comienza a hacer calor. Por desgracia, mis riñones me recuerdan su existencia, así que en una farmacia situada junto a una terraza compramos paracetamol. Estamos casi en Galicia. En esta zona de Asturias las montañas quedan más al interior, más lejos del mar. La rasa litoral es más amplia y el paisaje es algo menos tortuoso, pero se respira esa tranquilidad estival propia del mes de agosto en los sitios junto al mar. Acabamos de pasar Cadavedo camino de Luarca. Luego, la carretera pierde esa A, por tramos es autopista, y avanzamos de nuevo a buen ritmo camino de Castropol, en la ría del Eo. Remontaremos la ría durante algunos para llegar a Vegadeo, último pueblo de Asturias antes de pasar a la provincia de Lugo.


Repostaje mecheril tras tiradas de casi 300 kms

Los precios de la hostelería siguen impresionándonos. En Vegadeo comemos unos bocadillos con sus respectivas cervezas cerocero o cocacola... por menos de siete euros. En Bilbao, con ese dinero, apenas te tomas una caña y un pincho de tortilla. Para compensar, digamos que en la primera terraza ni se dignaron en salir a atendernos, con lo que perdieron dos menús completos que nos íbamos a tomar. Allá ellos.

Entramos en Galicia

La primera parte del trayecto por Galicia recorre el tramo más oriental de la marina lucense. El paisaje es similar al que acabamos de dejar en Asturias. Yo tenía antojo por visitar la Playa de las Catedrales, pero la marea no estaba de nuestro lado -las formaciones rocosas sólo se aprecian con la marea baja-; eso no impidió, de todas formas, que nos acercáramos hasta la costa para contemplar unos kilómetros de playas que a mí, al menos, me recordaron a las de Las Landas: arena fina y playas estrechas y largas, muy diferentes de las de Cantabria o Vizcaya.

Llegaba el momento de girar hacia el interior. Nuestro destino, Villalba, no estaba demasiado lejos de donde nos encontrábamos, pero estaba, obviamente, lejos de la costa. Eso explica que encotráramos habitaciones en el Parador a precio razonable. El camino hasta Villalba pasa por Mondoñedo, pero nosotros no paramos. El paisaje del interior se ondulaba bajo bosques inmensos surcados por carreteras repletas de camiones viejísimos. Afortunadamente, al menos en la N-634, en casi todas las pendientes había carril para vehículos lentos. El tiempo, además, nos respetaba. No llegaba a llover, pero un manto de nubes grises cubría el cielo.


Llegar y encontrar un bar Torrelavega no tiene precio para una portuguesa

El Parador, como era de esperar, es estupendo. Pero el pueblo, al menos que nosotros encontráramos, no tenía nada que mereciera especialmente la pena. Al menos, al margen del Parador. Eso, obviamente, no nos impidió disfrutar de un paseo y una merecida cerveza en la plaza del pueblo. La prueba de que avanzábamos estaba en la etiqueta de los botellines: 'Estrella Galicia'.


El descanso de los guerreros

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