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sábado, 23 de julio de 2011

Chapoteando en el barro



La noche anterior apenas había conseguido conciliar el sueño. Los nervios, supongo. La ilusión por salir a dar una vuelta con una moto que me permite explorar terrenos a los que, hasta ahora, no podía llegar. Tenía, además, ruedas nuevas, apropiadas para usar fuera del asfalto, y aunque apenas tengo experiencia off-road, acorazado con mis nuevas botas, peto y rodilleras, pero con cierta prudencia, salgo a probar.

Casi al tuntún. Digo casi, porque había encontrado en internet algunas indicaciones sobre rutas que podían seguirse. Al tuntún, decía, me salí de la carretera que lleva a El Regato. Al principio, por una pista asfaltada que lleva hasta la presa del embalse de Mesperuza.

Hago la primera parada. Todavía tengo que acostumbrarme a los neumáticos nuevos. La conducción es diferente. Hace falta más fuerza para inclinar la moto y es más fácil deslizar la rueda trasera en frenadas fuertes. Supongo que el nulo tacto que me dan las enormes botas de enduro también ayuda.

Alrededores de El Regato
Primera parada junto a la presa del embalse de Mesperuza

Doy la vuelta cuando llego a una verja que bloquea el camino, y en el descenso, voy tomando las bifurcaciones que me he ido saltando. Una de ellas es una pista amplia, ya sin asfalto, pero con mucho barro. Mancho la moto y los tacos por primera vez. En algunos charcos la rueda trasera se hunde en el barco casi hasta el eje. Cualquiera diría que estamos a finales de julio.

Alrededores de El Regato
Tras dar la vuelta ante lugares que no me atreví a cruzar en solitario.
A mi espalda, una pista muy empinada con piedras muy grandes.

Alrededores de El Regato
Mucho barro. Cualquiera diría que estamos a finales de julio.

Alrededores de El Regato
Estrenando los TKC80

Alrededores de El Regato
Como un niño con zapatos nuevos

Termino por llegar a la parte alta del pueblo de El Regato, donde me cruzo con un quad y otro motorista en moto de enduro que pasa zumbando por donde yo apenas paso de segunda. Doy media vuelta para volver a hacer la misma pista por la que he llegado hasta aquí en lugar de aparecer directamente en el asfalto.

De nuevo en la carretera aprovechamos para que Amy se tome un descanso y que ruede relajada en quinta marcha sobre suelo regular. Y así vamos hasta Ugao-Miraballes y Saldarian, donde empezaría la segunda zona de pista del día. Antes había probado una pista que partía del barrrio de Arkulanda: cementada y con mucha pendiente, la rueda de atrás se cruzaba al tocar el freno sobre el musgo. Di la vuelta en cuanto llegué a un caserío.

Arkulanda
Cerca de Arkulanda. Más allá del cambio de rasante, una pendiente
con asfalto perlado de hierba. Ni en las roderas se podía frenar sin cruzar
la moto. Ups.

Saldarian
Llegando al barrio de Saldarian, sobre Ugao-Miraballes.

Atravieso el barrio hasta dar con una pista que asciende alternando zonas de piedras con grandes charcos y barro bastante resbaladizo. Al menos para mí, porque me adelantan dos motos de enduro. Qué ligeritas se ven. Y en nada las pierdo de vista.

Las dificultades crecen, sobre todo en forma de barro bastante blando. Tanto, que en una de las roderas inundadas Amy decide que quiere parar a tomarse un descanso y se tira al fango. Buff. Me lo tomo con calma. Hago fotos. Aprovecho para beber agua, refrescarme... Lo que hago en realidad es retrasar el momento de reincorporar a Amy. Es entonces, claro, cuando vuelvo a acordarme de aquellas ligeras motos de enduro que me adelantaron hace unos minutos.

Entre Saldarian y Uriondo
Amy se tira al barro a descansar.

Entre Saldarian y Uriondo
Cada uno aparca como quiere.

Finalmente, me pongo a ello. Las botas resbalan en el fango, y la moto apenas se mueve. Para más inri, la rueda delantera está encajada en una rodera y tengo que arrastrarla hasta colocarla de forma que pueda tirar de ella. Se supone que conozco la teoría: de espaldas, haciendo fuerza con las piernas y apoyando los riñones en el asiento, pero la moto se desliza por el suelo en lugar de levantarse. Hasta que las ruedas quedan por fin dentro de una rodera y así puedo levantarla.

Entre Saldarian y Uriondo
Barro hasta en el retrovisor.

Compruebo que a la moto no le ha pasado nada. La caída ha sido muy suave y además en blando. La arranco y, caminando a su lado, la saco hasta una zona más seca donde puedo apoyarla en la pata de cabra para quitarle el fango que se ha quedado enganchado en el lado izquierdo de la moto, desde el cubrecárter hasta el espejo retrovisor.

Cuando vuelvo a ponerme en marcha todo me parece muy ligero. Cincuenta metros después del lugar de la caída la pista se vuelve muy fácil. Qué rabia: era la última zona enfangada. En un desvío giro a la derecha. La pista se vuelve más fácil aún y desciende civilizadamente hasta el barrio de Uriondo. La idea era haber seguido hasta Igorre, pero, ya en la carretera, viendo que se había hecho tarde, decido ir volviendo a casa, previo paso por la gasolinera para darle un manguerazo a la moto.

En resumen, he hecho pocos kilómetros, apenas me he alejado de casa, he chapoteado en el barro, he estrenado botas, rodilleras, peto y ruedas de taco. Y me lo he pasado como un niño pequeño.

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