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lunes, 1 de diciembre de 2014

Maratón de San Sebastián: pasarse de ambicioso

Inés animó e hizo fotos como esta, en el km. 25
Volver a la maratón no era repetir la maratón del año pasado. Aunque el escenario sí fuera el mismo, sobre todo porque por calendario coincide después de la temporada de triatlones y, además, la intendencia -especialmente si vas a todo tren y te alojas en el hotel oficial de la prueba- es realmente cómoda. Se llega en una hora desde casa y apenas hay obligaciones turísticas porque uno conoce ya la ciudad. Por si fuera poco, el recorrido es rápido y cómodo, y la organización, aunque bien lo cobra, es de demostrada solvencia. Abundantes y frecuentes avituallamientos y la épica de entrar a meta haciendo tres cuartas parte de la vuelta a la pista de atletismo de Anoeta completan una receta de la que uno no se cansa. Así que, de nuevo estamos aquí. Esta vez, además, Julia corre la media maratón y un ramillete de amigos del club también estarán en la salida. Cruzarse con ellos en los recodos del recorrido será otro de los alicientes de la carrera.


¿Que cómo llegaba? Acojonado. Que sólo yo me había metido la presión. Sí, ya lo sé. Pero el caso es que en la salida tenía más pulsaciones que cuando hago series de un kilómetro. No es una licencia literaria, pues cometí el error de consultar el pulsómetro cuando estaba a punto de salir. Pero volvamos al principio, a antes de la carera.

La preparación había comenzado justo después del último triatlón, a mediados de septiembre. No son las doce semanas de rigor, pero contaba que con el fondo que había cogido a lo largo de la temporada podría compensarlo. Además, me sentía bien en las distancias cortas. Había progresado bastante en las velocidades de las series de un kilómetro y había conseguido también bajar de 40’ en un 10k durante la fase de preparación. En ese aspecto, el de la velocidad, todo pintaba bien. La otra parte, la del fondo, la había confiado a un plan un poco menos estándar. Con salidas en bici, sobre todo, y confiando en lo ganado a lo largo del año. Justo el último triatlón, de media distancia, me había dejado con buen sabor de boca, así que…

El año pasado, antes de mi primer maratón (éste es el segundo), hice un test para determinar a qué ritmo podría completarlo. Se conoce como test de Gavela, por el entrenador que lo sistematizó. Se basa en correr un seismil a ritmo de carrera y otro seismil a toda velocidad. Según las velocidades a las que seas capaz de completar uno y otro sector, estima el ritmo al que puedes aspirar. El caso es que, hace un año, cuando no tenía más pretensión que cubrir la distancia, el test acertó con la predicción. Y lo hizo con una precisión asombrosa, con un registro que era más optimista que la marca a la que secretamente aspiraba. Así que ese es otro de los factores. Ahí lo dejo.

El deporte de este año ha sido muy diferente. Formar parte de un club me ha permitido de disfrutar de agradabilísimas compañías en muchas de las pruebas, e incluso incluir otras no inicialmente previstas, como la media maratón entre San Juan de Luz y Hondarribia, trotes en compañía en playas francesas, carreras a ritmo con charlas agradables, series en pista persiguiendo galgos…

No estoy solo. Nos hemos juntado con Pablo (que pese a un resfriado sigue decidido a completar la distancia por primera vez) e Inés (que debuta en un 10k) en el hotel de víspera, y a la mañana de la carrera con otros de los corredores del club, cada uno con diferentes objetivos. Quizás no nos hemos visto tanto como quisiéramos, pero ahí han estado para compensarlo las chanzas previas para quitar los nervios con los chats del teléfono móvil y las posteriores para compartir dolores e incapacidades. Cuánto miembro recomendable hay en Trirunners, diga usted que sí.

¿Volvemos a la salida? Llevo con la fecha marcada en el calendario durante semanas, así que ya no esperaremos más. En su día (no lo recordaba) me inscribí en el cajón sub 3.30h., pero en el momento de salir me parecía poco ambicioso, así que pese al color del dorsal me coloqué junto a la liebre de 3.15h. Es el tiempo que me decía Rodrigo Gavela que podía aspirar a hacer, así que, quizás para compensar la sensación de falta de ambición con la que me había quedado hace un año, cuando aspiraba a bajar de 4h. y acabé en 3 horas y 37 minutos, me coloqué decidido a dejar que fuera ese el ritmo de salida. Luego ya se vería qué hacer, pero por lo menos no empezar con mucho tiempo perdido.

Así que se da la salida y me pego a la liebre de tres horas y cuarto. Comenta que piensa hacer toda la carrera al mismo ritmo, sin ganar tiempo en la primera mitad para hacer un colchón para la segunda parte, y así no tener que recuperar en ningún momento. Está bien saberlo. A los dos kilómetros o así se deshace del cartel, pero lleva una camiseta que lo identifica como tal y el grupo ya está hecho. Me mantengo en un grupo que va adelantando gente, y durante los diez primeros kilómetros la única preocupación es esquivar a los que van más despacio, no perder el grupo y pelearme con el reproductor de mp3 que estreno. El año pasado ya me pasé toda la carrera escuchando un único disco (el único que quiso cantar el mp3), y en este no pasé de escuchar más que una canción antes de que dejara de sonar. Total, para que casi no lloviera y pudiera haber ido con el que uso siempre y nunca me ha fallado, pero temía perder por la lluvia.

Lluvia que de momento nos respeta, y eso que durante el desayuno (¡a las seis de la mañana!) llovía pero a base de bien. El caso es que ahora en la salida no hace demasiado frío (hacía más el año pasado, de hecho) y tampoco llueve. Cero excusas en este sentido. El viento previsto tampoco hace acto de presencia de momento. Y no pasa nada si se queda sin venir. Ya puestos…

A partir del kilómetro doce, como sin querer, pero sin hacer nada por evitarlo, me voy escapando de la liebre. Poco a poco voy ganando tiempo. Unos cinco segundos por kilómetro, quizás. Lo justo para ir algo por delante del grupo. Un poco por sentir que yo me marco el ritmo, yo qué sé. La ventaja me dura hasta el kilómetro veinte más o menos, hasta poco antes de completar la primera de las dos vueltas. Por el camino me he ido cruzando con compañeros del club, colocados en diferentes grupos de la carrera. Nos repartimos ánimos. También he visto a Julia, que persigue a Figui. Todo marcha más o menos bien, salvo porque ahora me cuesta seguir el ritmo del grupo de 3.15. También es cierto que hemos pasado la media maratón con cierto margen, y que mientras los mantenga en la distancia significa que no vamos tan mal. Es en ese momento cuando soy consciente por primera vez de que no voy a bajar de 3.15. Pero no todo es tan grave. De momento. Sólo voy perdiendo unos 10” por kilómetro. Me duelen las piernas, pero eso es normal. Contaba con ello, claro. Pero me gustaría que fuera a falta de menos kilómetros para meta. ¿Significa eso que me ha faltado fondo, tiradas largas, kilómetros? Posiblemente. Pero ahora debo concentrarme en que se note lo menos posible.

A estas alturas ya estoy descontando kilómetros. A falta de quince, contando con hacer cinco minutos por cada mil metros (un ritmo de malas circunstancias, teniendo en cuenta que los primeros 25 los había hecho por debajo de 4:40/km), terminaría en torno a tres horas y 23 minutos. Pero es un ritmo que soy incapaz de seguir, sobre todo a partir del kilómetro 32, cuando los cálculos apuntan ya a que tardaré 3.25 más o menos. En realidad me siento un poco desmotivado una vez que sé que mi marca no se acercará a aquella con la que soñaba. Estamos en una fase de minimizar daños. Algo raro pasa, además, porque estoy helado. No soy capaz de correr lo suficientemente deprisa como para entrar en calor. Por si fuera poco, una señora se cruza y en el gesto de esquivarla se me contractura al tiempo el gemelo y el bíceps femoral. Paso medio kilómetro cojeando y corriendo torcido. A ver si así se pasa. Y termina por pasarse, pero a partir de aquí, kilómetro treintaypico, no sé cuanto exactamente, el ritmo está ya por encima de cinco minutos por kilómetro. La sangría amenaza con desangrarme. Encima, ni siquiera hemos llegado al punto del circuito en el que damos la vuelta para volver hacia el centro primero y luego hacia la zona de Anoeta. Todavía me siento alejándome de la meta. Todo me parece mal.



Después de Portuetxe, Borja, que iba recortando tiempo, termina por alcanzarme. Me junto a él pero le aguanto el ritmo más o menos un kilómetro. Al menos me ha servido para dejar de perder una veintena de segundos. Fío mi recuperación a encontrar el apoyo de la gente en el centro. Efectivamente. La gente anima. Debo de tener mal aspecto, porque me apoyan insistentemente. Tengo los pelos de punta por los gritos, estoy casi llorando, helado de frío, y dolorido. Apenas quedan tres kilómetros. Calculo que puedo llegar a tardar 18 minutos. Es un ritmo ya no de malas circunstancias, sino de desastre. Pero necesito no tardar más de ese tiempo para llegar antes de las tres horas y media. Y eso sí que no puedo permitírmelo. En plena reflexión veo que Jon Sagarna también me ha adelantado y ni me he dado cuenta. Me acuerdo de que Jon Ubieta me ha saludado en un cruce levantándose la gorra y de que Figui me dice a voz en grito que Julia ha terminado su media en una hora y cincuenta. Imaginármela contenta me ayuda a que pase un poco más deprisa todo esto. A Pablo lo he visto, pero hace bastante tiempo, en el grupo de tres horas cuarenta y cinco. También he visto a Iñaki, y a Katia la he escuchado animar desde el carril de sentido contrario. Incluso Inés, después de completar su diezmil, estaba animando en el kilómetro veinticinco o así. #coachecheza está vigilando a su pupilo Oskar, al que no he visto en los sucesivos cruces. Pero no esa parte no me extraña, porque va tan rápido...

Queda ya menos de un kilómetro. Al menos parece que no voy a caer más allá de las tres horas y media, pero por momentos mi único afán es llegar a la pista de atletismo y sentir esos últimos trescientos metros de tartán. Por cierto, la calle dos está hecha cisco. Oigo a Julia animar desde la grada. Paso por el arco de meta y paro el reloj. Al otro lado están Jon y Borja. Estoy hecho polvo. Es lo lógico, pero tenía que haber tardado menos tiempo en llegar a este estado. Tres horas y veintiocho minutos, que no está tan mal, que es bajar de tres horas y media, pero…

El análisis obvio es que salí demasiado rápido. Que, por falta de fondo, supongo, no estaba para 3.15. Ni mucho menos para 3.10, claro. Pero que quizás si hubiera prescindido de la liebre y hubiera salido para 3.20 habría llegado mejor. Casi seguro que sí. Pensé que hacer la primera mitad al ritmo constante de la liebre sería más efectivo que ir solo, persiguiendo a un corredor detrás de otro, como suelo hacer. Va a ser que no. Está claro eso, que me desbordé. A partir de ahí, sólo quedaba resistir y pelear contra la culpabilidad y los cálculos a posteriori, tan fáciles. Habrá que volver el año que viene a mejorar la marca de nuevo. Me consuela pensar que no puedo sentirme culpable por haber pecado de conservador. Al menos esta vez no. No fue la carrera más inteligente, más efectiva, pero no me guardé nada. Y eso me lo llevo. Eso y el cuarto de hora con las piernas en agua helada en la bañera, y la incapacidad para bajar escaleras, y rozaduras en el interior de los brazos. Y también los cálculos para mejorar esta carrera en una próxima maratón.

Otra de las conclusiones es que habrá que ir a Vitoria a intentar bajar de hora y media en la media maratón dentro de tres semanas, al menos si para esas alturas después de dos semanas de vacaciones me he recuperado. A ver si así me quito el mal sabor de boca y tengo la mente despejada para el objetivo del año que viene. Y es que faltan poco más de siete meses para el siguiente maratón, pero antes de ese habré tenido que nadar casi cuatro kilómetros y pedalear durante 180. Y claro, quieras que no, no es lo mismo.

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