
En la salida no estaba nada clara la diferenciación de los cajones, ni las salidas eran escalonadas tampoco. Allí cada cual entraba donde le parecía. Las consecuencias, sobre todo en la zona de Olabeaga, estaban cantadas. En su momento la organización había decidido cambiar el recorrido, apostando por eliminar la parte menos vistosa (el tramo que iba por el margen derecho de la ría) a costa de un tramo muy estrecho por el que además había que ir y volver.
¿Cómo podía haber gente corriendo a más de seis minutos el kilómetro en un supuesto cajón para bajar de 1.45? Para que os hagáis una idea, hace falta hacer 21 kilómetros a cinco kilómetros por minuto para bajar de 1.45.
El caso es que ya en marcha, pendiente del reloj y del ritmo, y también de no tropezar entre una especie de videojuego que consiste en esquivar conos, vallas caídas y corredores más rápidos que circulan en sentido contrario, soy consciente de que va a ser muy difícil. A esas alturas, para cuando nos incorporamos a la Gran Vía, pierdo ya más de un minuto y medio sobre los tiempos de pasos me marca el reloj para bajar de 1:40. Imposible.

Desde este momento ya estoy oficialmente nervioso por mi primer maratón, dentro de cinco semanas. Afortunadamente, ahí el objetivo es sólo terminar. Sin más. Quizás bajar de cuatro horas, algo que se supone que está a mi alcance.
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