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martes, 13 de agosto de 2013

Triatlón de Castro Urdiales: la crónica

Lo único que me preocupaba antes de la salida era que llevaba unos días con molestias en el soleo de la pierna derecha. No es un dolor muy fuerte, pero sigue ahí pese a varios días de ponerme bolsas calientes en la zona y pese al masaje concienzudo del fisio.



Hemos llegado con tiempo y, como había recogido previamente el dorsal en Bilbao, tuvimos tiempo de tomar tranquilamente un café en una terraza antes de pasar el control de bicis y poder cambiarme en boxes. Al final nos permiten usar el neopreno porque el agua está a 20,4º. Bueno, una preocupación menos, porque nadar 1.500 m. sin neopreno se me hacía un poco cuesta arriba.

Entramos al agua por la rampa del puerto, donde esperamos a que den la salida. Empiezan primero las chicas y, cinco minutos después, lo haremos nosotros. El recorrido en el agua es un poco enrevesado: primero se nada a lo largo del espigón, para hacer luego un cuadrado dejando tres boyas a la derecha y una a la izquierda, volver por el espigón en sentido contrario y cruzar después el puerto hacia las escaleras por las que salimos junto a los boxes.

Voy cómodo en el primer tramo, el que va a lo largo del espigón. Como de costumbre me he colocado en la parte de atrás, pero eso no me ha librado de llevarme algunos golpes en los primeros minutos. Estoy ya a velocidad de crucero, pendiente de no alejarme demasiado del muro que llevo a la izquierda para avanzar en una línea más o menos recta.

A partir de cierto momento hay que hacer un giro a la derecha, al llegar a una boya. Pero no veo la boya. Efectivamente, como de costumbre, me he pasado. Pues nada, giro de 120º y a por el primer tramo en el interior del puerto. Apenas tengo ya nadadores alrededor. Vamos, lo de costumbre, pero casi desde el principio. Además, noto como el neopreno me está rozando en la nuca. Habré dejado mal colocada alguna pestaña o algo, qué rabia.

Por lo demás, nada nuevo. Ir buscando boyas e ir llegando. A partir de cierto momento veo ya la última referencia. Apunto hacia ella y me voy acercando. En esta parte el puerto es poco profundo y se ve el fondo, además de muchos peces.

La salida por las escaleras es peliaguda. Resbala, y con el mareo de ir un rato nadando y ponerse de nuevo en pie, me veo a cuatro patas. Me incorporo y subo mientras me quito la parte de arriba del neopreno. Miro el reloj: 36 minutos. El mismo tiempo que en San Sebastián. Bueno, por lo menos no hemos ido a peor pese a no haber nadado nada últimamente.

Para seguir con las tradiciones, me paso de largo la bici. Un grito de Julia me hace despertar. Media vuelta, quitarse el neopreno, ponerse casco, gafas, las zapatillas de ciclismo y a correr hacia la línea de montaje. Bueno, ahora empieza lo mejor.

Salvo por el primer tramo, el de salida de Castro, con mucho tráfico y en el que me llevo por delante a una señora que se pone a cruzar un paso de cebra a lo loco, tardo poco en encontrar el ritmo. Una vez pasado el primer repecho, ya en la nacional, se avanza rápido. En ese momento no soy consciente de que tengo el viento de espaldas. Algo tenía que haber sospechado, porque me planto en Guriezo, antes de la subida a Hoyomenor, con una media de 30 km/h.

Es mi primer triatlón sin drafting. Voy, siempre que puedo, colocado sobre los acoples, que he estirado un poco más allá de la postura que suelo llevar para las pruebas en las que se puede circular en grupo. A partir de cierto momento, el entretenimiento consiste en fijarme cómo van los primeros, con los que empiezo a cruzarme porque el recorrido es de ida y vuelta por la misma carretera.

Salvo un par de ciclistas que me pasan como un avión en los primeros minutos, ni me adelanta nadie ni alcanzo a nadie. Mantengo la distancia con el que me precede, que me ha adelantado tras la caída en la salida de Castro. Lo veo a lo lejos, a cientos de metros, en los tramos en los que la carretera, más o menos recta, tiene visibilidad.

En la subida al puerto me adelanta otro ciclista. Con el dolor en la zona del soleo que arrastro desde hace días no puedo ponerme de pie para pedalear, así que tiro de cadencia y subo a mi ritmo, manteniendo las pulsaciones de forma aceptable. Finalmente llegamos arriba, vuelta de 180º y para abajo. Contaba con que hubiera un avituallamiento en la mitad del recorrido, porque se me estaba terminando el agua, pero no. Venga, vamos a descansar un poco bajando.

En el descenso adelanto fácilmente al último que me pasó. Luego, en el tramo de vuelta, con viento en contra, adelanto a otros dos o tres. El aire de cara está haciendo estragos, porque a los que adelanto lo hago con mucha diferencia y facilidad. Miro la media en el cuentakilómetros y ronda los 27 km/h., lo que me deja sin apenas margen para bajar de tres horas en el tiempo total. Además, la entrada en Castro es lenta, llena de coches que se paran en los semáforos, entre badenes y un carril no demasiado ancho. Es verdad que los voluntarios controlan las incorporaciones a esa calle, pero no deja de ser un cuello de botella. Quizás el único pero del recorrido. Ahí fue de hecho donde me caí por culpa de un peatón.

Al bajarme de la bici veo que Julia está animando junto a la meta y la zona de boxes. Miro el reloj en el que llevo el tiempo total de la prueba y, contando con la transición, tengo que bajar de 48 minutos en el último diez mil si quiero hacer menos de tres horas.

La segunda transición es rápida, ya que he dejado las zapatillas de ciclismo en los pedales y sólo hay que colocar la bici, quitarse el caso y ponerse las zapatillas de correr, que con las gomas se hace rápidamente. Transición sin problemas: he decidido usar las Mizuno Wave Precission que llevo usando toda la temporada para las carreras y las series. Además, una visera, no tanto por el sol en los ojos (llevo gafas oscuras) como por evitar que el sudor que me cae por la cara me pique en los ojos.

Durante los dos primeros kilómetros me mantengo al ritmo necesario para bajar de tres horas, por debajo de 4:45/km. Me molesta el soleo, pero no estoy seguro de que sea sólo por eso por lo que no puedo apretar más. Voy de los últimos y mi ritmo me sirve para adelantar a algunos de los que están como yo en la primera de las dos vueltas. Casi todos los que me pasan están en su segunda vuelta, y mi carrera ya no es contra ellos. Asumido ya que no bajaré de tres horas, me relajo un poco y me centro en ir alcanzando gente. Como cada vuelta tiene tres puntos en los que se da una vuelta de 180º alrededor de unos conos, es fácil controlar a quién llevas delante y decidir, por la cara que tiene, si merece la pena intentar perseguirlo. Sólo hay que fijarse si lleva la pulsera que te entregan al completar cada vuelta para saber si estás luchando el puesto con él o no.

Con el calor y sin ir apretando continuamente la parte final se me hace larga, sólo centrado en acabar y en no machacar demasiado el soleo. Durante el sector ciclista me he tomado dos pastillas de paracetamol para quitarme un poco de dolor de la pierna, pero la molestia sigue ahí.

De postre, el momento de entrada en meta, con la megafonía pendiente de uno. Ventajas de entrar en solitario y en un momento en el que ya llegábamos a cuentagotas.

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