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viernes, 21 de agosto de 2009

En ruta: Gijón - Lafuente - Santander (265 kms.)


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Salimos de Gijón con amenaza de agua, pero sin que llegara a llover. Al menos, de momento, ya que antes de llegar a Colunga ya llovía otra vez. No salimos de la autopista para que me ponga el chubasquero por encima de la cazadora y avanzamos bajo la lluvia. Llovía, pero poco, sobre todo comparado con la santa chupa que nos cogimos el día anterior. La lluvia nos acompañó hasta que coronamos el Mirador del Fito, después de dejar atrás Arriondas.

AS-114


El día volvía a sonreírnos, al menos hasta que nos encontramos dentro de Cangas de Onís por haber tomado un desvío que no tocaba. Aprovechamos la parada para me quitara los plásticos y tomamos una de las carreteras más bellas del norte, la AS-114, que une Cangas y Panes. Desde ella parte el desvío hacia Covadonga. Nosotros, al menos esta vez, lo dejamos pasar. Disfrutamos de la comida en un restaurante de carretera sin pretensiones, pero con unas raciones de aúpa.


Curvas y carretera seca en el interior de Asturias. A disfrutar.



Pena de guardarraíles, porque la carretera es preciosa.


La etapa incluía una visita al pueblo de Julia, así que en Panes tomamos la N-629 -aunque primero en sentido contrario al deseado- para dirigirnos al Desfiladero de La Hermida y, de ahí, llegar a Lafuente por el Collado de Hoz.

A menudo sucede que uno no es capaz de disfrutar del paisaje de los sitios conocidos. Porque es obvio que el pueblo -y el entorno- es bonito, pero uno no lo ve de la misma manera. Yo tengo la suerte de verlo todo casi por nuevo. Recuerdo que, mientras conducía, pensaba en que la llevería al pueblo cuantas veces quisiera, pero siempre en moto. Qué carreteras.


Con carreteras y paisajes como éstos te llevaré al pueblo (en moto) siempre que quieras.

Camino de Santander


Después del café de rigor, al menos mentalmente, el viaje estaba ya terminado. Carretera hasta la costa, un poco de la N-634 hasta llegar más allá de La Revilla y, finalmente, la autopista que nos dejaba en Santander. Ya en casa de mis padres, después de, no sé, ¿dos mil kilómetros? Quizás algo menos. Pero eso no importa.

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