Las zapatillas, en el cuadro |
La sentencia que popularizó Cela, el que resiste, gana, queda un poco a desmano en este caso. Y es que llevaba más de una semana con una especie de gripe, o catarro, o qué sé yo, que me había dejado baldado, vacío, con fiebres y mareos esporádicos. Es cierto que había mejorado algo, pero aún no estaba curado en el momento de salir. No pensaba que fuera a estar tan fundido antes de empezar: apenas podía respirar por la nariz, y me cansaba sólo de caminar. Quizás si respiraba por la boca...
Llegando al control del material |
Preparando el box |
Primer sector
¡Salimos! |
Acabando la primera vuelta: kilómetro cinco |
En el avituallamiento intento beber pero apenas puedo tragar, como si el agujero por el que tuviera que pasar el líquido tuviera un diámetro menor que de costumbre.
Llegando a la T1 |
La bici
Llego fundido a la transición, un minuto detrás del corredor que me dejó cuando me tuve que parar. Monto en la bici y al girar el portadorsal para dejar el número por detrás se me rompe la esquina por la que estaba sujeto. Lo llevaré colgando de uno de los lados durante todo el sector ciclista.
Dejando la T1 |
A partir de ahí iremos juntos los dos. Nos ponemos al día: es el segundo duatlón para ambos, y me recuerda de Barakaldo, que le pasé en uno de los grupos ciclistas. Creo que hoy le tocará desquitarse.
Pasamos Axpe, la variante de Elorrio y estamos ya subiendo Kanpazar. Ya calientes, no es terrible. Salvo por el viento, pero eso es para todos igual. El paisaje, en cualquier caso, es memorable. El sol se asoma entre las nubes y el paisaje del duranguesado parece una postal sudorosa. Me prometo volver a subir este puerto en otras circunstancias más tranquilas.
Después de coronar Kanpazar hacemos un giro de 180 grados y para abajo. En el descenso seguimos yendo rápido y poco después de terminar la bajada vemos a un ciclista a lo lejos. A toda velocidad, mientras descendemos, el dorsal aletea y me golpea los riñones hasta hacerme daño.
Hemos alcanzado a un ciclista y ya somos tres. Se pone a rueda de nosotros y seguimos avanzando. El gemelo derecho comienza a acalambrarse e intento estirar mientras pedaleo. Apenas lo consigo. Correr va a ser doloroso, me temo. Todavía alcanzamos a un cuarto poco antes de entrar en Durango.
Últimos cinco kilómetros
Entramos en boxes y dejamos la bici. Salgo el tercero de la transición, pues me paro a reenganchar bien el dorsal. El gemelo derecho me tira como si tuviera un anzuelo enganchado. Le doy tres golpes con el puño y voy avanzando. Soy el más lento de los corredores: los dos que llevo delante se me van escapando y el que viene por detrás, se acerca. Es inevitable que me adelante. Y eso sucede a tres kilómetros de meta.
Estoy corriendo a paso de tortuga, dolorido y con los ojos cerrados por el sol que me da en la cara. Quizás aún pueda hacer menos de tres horas. Eso me sirve como objetivo y para mantenerme concentrado mientras corro.
Me siento pesado. A cada paso noto como caigo con todo el peso sobre cada pie. Ni antepié y lanzarse con los dedos ni nada parecido. Toda técnica es una cosa de otro mundo. Quiero estirar las piernas, alargar la zancada... pero cada vez que lo intento el gemelo me avisa de que no me lo va a permitir. Esto es más parecido a caminar que a cualquier otra cosa, pero sigo avanzando, convencido de que soy el último de mi categoría, pues soy consciente de que el veterano sigue detrás. Finalmente llego a meta en dos horas y cincuenta y ocho minutos. Bueno, el siguiente saldrá mucho mejor, casi seguro. Total, peor no se puede hacer.
En meta |
>> Galería de fotografías del Duatlón de Durango 2013 (flickr de Julia)
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