Instagram

lunes, 21 de mayo de 2012

Los 10.000 del Soplao

PREVISIONES METEOROLÓGICAS ADVERSAS
Es verdad que las previsiones meteorológicas anunciaban chubascos e inestabilidad para el fin de semana: una borrasca barría el norte de la península desde el oeste y lo más probable era que nos mojáramos. Las probabilidades de que la lluvia se presentara a lo largo de la carrera aumentaban según se acercaba el sábado y las previsiones iban siendo más precisas. A mediados de semana, pese a que en Bilbao no llovía, ya asumía que nos mojaríamos en Cabezón. El viernes, de hecho, en el trayecto hasta el inicio de la carrera, el cielo estaba muy cubierto. Cuando llegamos a Cabezón para recoger el dorsal, ya diluviaba.

Había preparado la carrera en apenas tres meses, y no estaba seguro de que fuera a ser suficiente. Me había inscrito sin pensar en lo duro que sería. Afortunadamente, el reencuentro gracias a Facebook con mi amigo del alma en el colegio, que ahora vivía en Madrid, y al que no me costó convencer para que se apuntara conmigo, allanó el entrenamiento. Ahora sí que no podía dejar de ir. Animado, incluso diseñé una equipación para el equipo. Iríamos conjuntados y con los emblemas que utilizábamos cuando, en octavo de EGB, montábamos en monopatín y tirábamos piedras a las farolas.

EN LA SALIDA

Finalmente estábamos en salida, en una calle perpendicular a la avenida, contando con que no abrirían esa valla hasta que hubiera pasado la gente que estaba colocada en la calle principal. Pero a las ocho y siete pasábamos por debajo del arco, mucho antes de lo previsto. Estábamos en marcha.

Las chicas están animando en las primeras rampas, todavía carretera en la carretera, antes de comenzar la primera pista, la que lleva a San Esteban. Nos adelanta gente por la derecha, por la izquierda... consecuencias de haber salido adelante. Pienso en positivo y doy por bueno el tiempo de mragen que ganaríamos para evitar el cierre de control en Los Tojos, antes del último Moral.

Se me sale la cadena dos veces intentando meter el plato pequeño. Me preocupa, pero no vuelve a suceder. Paso unos kilómetros con miedo a meter el platillo. Además, en los tramos de asfalto escuchamos como algo suena al girar la rueda. Es el sensor del cuentakilómetros, que se habrá movido al desmontar la rueda para meter la bici en el coche. Lo separo y deja de sonar. Eso hace que el cuentakilómetros deje de funcionar: me quedo sin referencia de las distancias que faltan a los distintos puntos clave. Eso, y el pulsómetro, iban a ser mi ayuda para regular el ritmo y no llegar fundido a la segunda mitad.

En la subida de La Cocina, antes de las lastras
Atasco en La Cocina
Llueve, pero realmente no demasiado. Llevo la visera debajo del casco y eso me quita las gotas que caen directamente a los ojos. En las lastras de La Cocina, el enorme pelotón se ha convertido en un rosario de ciclistas que empujan las bicis. Muy pocos pasan pedaleando. El barro, que ya se amontona, impide que las bicis rueden y se hace difícil hasta empujarlas. Llevo cubrebotas que tapan los tacos de la suela y, obviamente, resbalo una y otra vez al caminar. Pero la gente anima desde las cunetas y el espíritu está todavía alto. El grupo aún es relativamente alegre. Nunca viene mal un descanso, y el tramo que hacemos caminando, al menos para mí, que disto mucho de ser un ciclista especializado y ligero, me descansa. Pero la gente se cansa caminando cuesta arriba: a mí las pulsaciones me bajan. Por lo menos, agradezco haber intercalado kilómetros de carrera a pie en el entrenamiento, y haber preparado una media maratón justo antes de empezar a pensar en El Soplao.

La bajada después del penar por La Cocina es divertida, pero está muy embarrada. La gente baja con mucha precaución. Toñín, mi compañero, que ha venido con una bici rígida (sin horquilla), baja mejor que mucha gente que ha venido con doble suspensión y neumáticos específicos para barro. Le sigo, ayudado por la amortiguación, la inercia, y el subidón de ir adelantando gente cuesta abajo sin sentir miedo ni peligro. Pruebo varias veces el espacio que necesito para frenar y me voy dejando caer.

El primer avituallamiento es desangelado: gente con prisa, cogiendo algo de comida entre la lluvia. En Caviedes es aún el principio: apenas un pastelito y algo de bebida. Ya desde el principio destinamos los botellines de agua a limpiar partes críticas: las gafas, la pantalla del cuentakilómetros, la transmisión...

CUEVA DEL SOPLAO

La subida a la cueva del Soplao transcurre por una pista amplia, en obras, que posiblemente asfaltarán. Con mi política reguladora, empezamos suave, con Toñín insistiendo en acelerar el ritmo. Poco a poco. Sin embargo, a algunos de los que nos adelantaron al princpio, los alcanzamos de nuevo antes de llegar al avituallamiento de El Soplao. Justo antes, vemos a las chicas en una curva de la carretera: no les ha dado tiempo a llegar y nos ven a lo lejos, desde el coche. Buenos ánimos para acelerar hasta el aparcamiento de la cueva, donde, por la lluvia, apenas apetece parar. No tarda nada uno en quedarse frío, y rápidamente nos ponemos en marcha. De nuevo toca una bajada divertida: Toñín no sólo no lleva horquilla, sino que tampoco lleva frenos de disco, y con el barro y la humedad, apenas frena. Así que baja como un tiro. Yo le sigo hasta que me quedo bloqueado en un tramo en el que algunos se detienen porque no se atreve a tirarse. Luego voy recuperando terreno, hasta que veo que Toñín me está esperando en una curva.

Coronando Monte Aa
Aprovechamos los enlaces de asfalto para rodar rápido. En carretera adelantamos a bastante gente bajo un diluvio. Hemos perdido ya toda esperanza de que el tiempo mejore. De hecho, sólo la bajada de Monte Aa la hacemos con un clima no demasiado hostil. Creo que fue el único tramo que disfrutamos de la bicicleta: sin apenas lluvia, con un claro entre la niebla en el que se veía algo del paisaje... De hecho, subiendo, en una recurva, llegó a verse Carmona en el fondo del valle y parte de la carretera que sube a la Collada. En cuatro horas, fue el único paisaje que vi.

La subida a Monte Aa se me ha hecho más dura de lo que imaginaba. Incluso he hecho un tramo a pie, pero al final me he decidido a pedalear y he recuperado algo de terreno.

En Ruente están de nuevo Julia y Lorena. Estamos embarrados, pero nos comentan que con buen aspecto. Hemos bajado de Monte Aa deprisa, adelantando a gente en pistas rápidas que, por primera vez, no estaba cubiertas de niebla espesa. Es difícil de explicar, pero lo estamos pasando bien. Eso no quiere decir que no agradezcamos disfrutar del paisaje, del buen tiempo...

Avituallamiento en la campa de Ucieda
En la Campa de Ucieda está el mayor avituallamiento: una carpa gigante en la que disfrutamos de algo de comida de verdad: bocadillos de jamón. La comida sólida me devuelve a la vida, pero la vida es una lluvia continua. Aprovechamos además para engrasar las bicicletas. En un parón de la lluvia pienso en quitarme el chubasquero para ver si así me seco por debajo. Antes de que me decida vuelve a llover con fuerza y desisto. Creo que nunca había llevado puesto el chubasquero tanto tiempo.

La gente que nos rodea comenta que piensa llegar a Ucieda y darse la vuelta. Es un punto claro de retirada y desde el avituallmiento se ve que bastante gente, en lugar de seguir hacia arriba, se da media vuelta y baja por carretera hacia Cabezón. Nosotros ni nos planteamos dar la vuelta.

SUBIENDO EL MORAL

Ánimos en la niebla: subida del Moral desde Ucieda
El primer tramo de la subida al Moral es muy bonito: una pista asfaltada en los profundo del bosque de la Reserva del Saja. Rápidamente se convierte en una pista sin asfaltar, pero envuelta por la niebla. Supongo que las vistas serán espectaculares, y me conjunro para hacer la subida en otra ocasión, con buen tiempo.

El pulsómetro ha dejado de indicarme las pulsaciones. Para él estoy muerto, pero yo me siento (un poco) mejor que eso. A estas alturas, no sé ni cuánto falta para la cima ni si puedo apretar un poco más sin miedo a desfallecer. Toñín se va escapando poco a poco. Sigo subiendo a mi ritmo.

Llega un momento en que, de repente, el pulsómetro vuelve a funcionar, y veo que estoy yendo más suave de lo que me imaginaba. Eso me anima, y aprieto un poco para que Toñín no se distancie más. La gente con la que nos cruzamos ya comenta que no se puede seguir más allá del Moral, que en Fuentes la temperatura está bajo cero y que las ambulancias no dan abasto a sacar a gente con hipotermias. Sigo subiendo. Sin la referencia del cuentakilómetros, no sé si apretar, pero el pulsómetro me dice que voy bien, y acelero de nuevo. Además, si es verdad que no se puede seguir, no es necesario guardar fuerzas. Pero se me caen las gafas, que las llevo colgando de la mochila. Paro a buscarlas entre la niebla. Asumo que Toñín se sigue alejando, pero supongo que estará esperando en la cima de El Moral. Alterno kilómetros a buen ritmo con otros a molinillo, pero miro el reloj y veo que vamos mejorando los tiempos límites de paso que llevo apuntados en el cuadro de la bici. A Ucieda habíamos llegado con diez minutos de margen, pero a la cima del Moral voy a llegar con más de media hora. Y las referencias son cada vez menos exigentes, así que eso me insufla confianza, acelero y adelanto a los que me han pasado subiendo.

EL MORAL ES LA META

Cuando acaba la subida, un comisario me confirma que El Soplao se ha terminado. Que la cima del Moral es la meta y que puedo bajar por donde hemos subido o bajar hacia Bárcena Mayor y de ahí por carretera a Cabezón. El camino más largo es por Bárcena: una bajada de once kilómtros por pista y luego 25 kilómetros más. Es más largo, pero, como no conocemos la bajada, nos decidimos por ella.

Toñín está aterido de frío. Lleva toda la ropa puesta y, entre la niebla y la temperatura, la sensación es heladora. Lleva guantes cortos y tiene los dedos blancos. Le presto unos guantes que tengo al fondo de la mochila y bajamos despacio. Entre la niebla, el frío y los frenos de zapata, bajamos despacio por una pista larga y fácil.

En el cruce de Los Tojos está el último control. Nos felicitan por haber llegado, pero nos recuerdan que no se puede seguir hacia Fuentes y Ozcava. Por carretera gastamos lo que nos queda. Bajamos a plato, dando relevos y adelantando a gente. La lluvia que no cesa hace que la rueda de Toñín me salpique directamente a los ojos cuando me coloco detrás de él. Me duelen los ojos. Y, entrando en meta, estoy a punto de llorar. Nos damos la mano en alto al pasar el arco rojo. Los dos sabemos que volveremos el año que viene. Y que es imposible que haga peor, al menos estadísticamente.

En la cima del Moral
Con Toñín en El Moral

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gran crónica Gon!!... Volveremos!!. Aunque antes deberíamos organizar un: Ucieda-Moral-Fuentes-Moral-Ucieda este verano, ¿no?.
Ha sido genial, a pesar de las inclemencias. Los dos sabemos que lo hubiéramos acabado. Ya tendremos tiempo de demostrarlo.

Anony dijo...

Una pena el tiempo que hizo, pero así ya teneis dos cosas para hacer, este año la parte que os quedó Bárcena-Fuentes-Ozcaba-Venta Vieja-Los Tojos, Moral-Cabezón y la más importante, el año que viene Los diez mil del Soplao 2013.