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lunes, 4 de enero de 2010

Los nombres de las cosas

Suelo ponerle nombre a las cosas. Es una tontería, como tantas otras, que me gusta explotar porque siento mía. Del mismo modo que los ordenadores que he tenido o tengo han sido bautizados (Acuario era el PC; Macario, MacBeth, Macarena, MacGyver... eran o son los macs, obviamente). Del mismo modo que escojo nombre a los ordenadores (lo que tiene ciertas ventajas informáticas a la hora de configurar redes, etc...), también bautizo las motos. En resumen, que lo hago con casi cualquier cosa que me gusta o interesa.

Los caminos que conducen a los nombres se pueden explicar porque tienen una débil base lógica. A saber, y refiriéndome a las motos:

Estela

La primera, una Yamaha YBR 125. Era plateada (cuando iba a haber sido negra, pero esa es otra hisotria), lo que me recordó al personaje de cómic Silver Surfer, traducido como Estela Plateada. Con el tiempo y la confianza, se convirtió en Estela a secas. Suena, además, menos pretencioso que Estela Plateada o Silver Surfer, y desde luego, es más apropiado para el carácter tranquilo y bonachón de un monocilíndrico de sólo una decena de caballos de potencia. Al principio he dicho que era plateada. Lo sigue siendo, porque está abajo, en el garaje, dispuesta a pasearme en cuanto se lo pida.

Antígona

La primera moto grande. Una BMW F800S. Enorme, sobre todo comparada con la flaca Estela. La clave para el nombre vino en la matrícula, pues las letras son GJN. Construir la palabra Gijón sirviéndose de esas letras es evidente. Lo que está menos claro es cómo pasó de ahí a Xixona (quizás por el indiscutible carácter femenino de las motos), a Antiu-Xixona (por el turrón) y, finalmente, Antígona. En suma, un nombre rotundo, apropiado para una moto turística y con (pocas) pretensiones deportivas, pero una estupenda capacidad de carga y una más que buena calidad de marcha. Antígona sigue siendo la moto para viajar a dúo, cómoda para piloto y artillera de popa, además de bien equipada con maletas, baúl grande y bolsa sobredepósito si se tercia. Es nuestra moto-furgoneta.

Si tenéis curiosidad por el mito de Antígona, Wikipedia lo resume así. Ya os advierto que es una tragedia con entierros, ahorcamientos y demás proezas funerarias.

Sensuikan

Una vez probada una moto grande, la 125cc. se había vuelto demasiado pequeña, así que acabé por encontrar una moto utilitaria, con cierto encanto, basada en un diseño deportivo, pero hace veinte años. Mi primera moto comprada de segunda mano: una Kawasaki ZZ-R 250 de 2000. Una buena moto: pequeña, ligera, manejable, muy divertida de conducir y ya con cierta planta de moto grande. El nombre significa submarino en japonés. Quizás recordéis el término ciclogénesis explosiva. Aquí se aplicó a una tempestad que batió la costa cantábrica en enero de 2009, momento elegido para traerla desde San Sebastián hasta Bilbao. Era japonesa y había venido bajo una cortina de agua. Nada más que explicar, vamos. Es la única moto que no está en el garaje; ahora la tiene mi hermano Arturo.

Ana Bolena

La última en llegar. Una CBR600F de 2003. La asociación de ideas que lleva al nombre es la más peculiar de todas. Casi un juego de palabras sin apenas sentido. La gracia es que es como Sensuikan (con carenado, semimanillares altos, gris plata...) si ésta hubiera tomado anabolizantes: más grande y musculosa. De ahí el nombre. La pena, para redondear el chiste, es que no fuera una tricilíndrica inglesa. Lo digo por el rumor que se hizo correr en la época, según el cual la reina, ya caída en desgracia, tenía tres pechos y seis dedos por mano.

La coda

Todo ésto de bautizar, los nombres y demás nos lleva a:

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento…

(poema de Ángel González, claro)

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