
Al margen de la nefasta sincronización del sonido -por momentos parecía un playback mal hecho- y la teatralidad peloteril de ambos, salí contento del concierto. Contento y con algo de dolor de garganta, como tiene que ser.
Como el repertorio debía encajar con la banda, y no era cuestión de dejar a uno de los dos compuesto y sin público, tampoco había tanto donde elegir. Bueno, eso, y que ya tienen una edad, no nos engañemos. Quiero decir que no fue exactamente maratoniano, ya me entendéis.
El caso es que tocaron lo imprescindible -salvo, quizás, Calle Melancolía-, canté, bailé y me encontré con esa gente que en Bilbao parece invisible y sólo sale a luz -artificial, por supuesto- en fiestas de guardar.
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