Instagram

lunes, 5 de marzo de 2007

Una cinéfila de categoría

No era la primera vez que entraba al cine a ver una película deliberadamente mala. Lo había hecho anteriormente con la intención de analizar la narración, los actores o la estructura del guión. Los cinéfilos, me gustaba pensar, somos así. Otras veces no quedaban entradas para la pelicula que quería ver y, en lugar de volver a casa, elegía al azar otra de las salas. Pero aquella vez esperé voluntariamente a que comenzara la función (hice tiempo fumando sin ganas un cigarrillo y tratando, inutilmente por cierto, de orinar en el baño). Entré tarde a la sala con intención de salirme cuando detectara que la pelicula era mala, no tanto para probar mi capacidad de aguante como para sentarme cerca de alguna chica e invitarla a abandonar la sala en el momento oportuno.
Elegí cuidadosamente la butaca, ya que de nada me servía sentarme solo. Crucé el pasillo con calma exagerada y, mientras desanudaba la bufanda que me protegía del cierzo despistado (en Santander no hay cierzo, lo sé, pero sí un viento del norte que bien pudiera serlo), me fijé en una chica pelirroja (o al menos lo parecia a la luz tenue y oscilante de la pantalla), con gafas de pasta y bufanda granate (debia de ser muy friolera, o temerosa de los vampiros). Saludé cortesmente y me senté. Ella, por toda respuesta, me chistó y colocó su dedo índice frente a los labios, pidiendo silencio.
Ella tambien debía de ser cinéfila. O había visto toda la cartelera y aquella pelicula era la ultima opción, o estaba interesada en ella por algo especial. Vamos, que era de las mías.
A la película le concedí media hora de cortesía, tiempo suficiente para reconocer la falta de calidad del largometraje. No eran sólo errores tércnicos, como que la jirafa del micrófono pareciera un personaje más en los planos medios, o evidentes fallos de racord. Perdonables los primeros, claro, ya que siempre se podían achacar a la falta de presupuesto, pero no los segundos, responsabilidad compartida del director y el montador. Los diálogos, por ejemplo, no habrían resistido el menor comentario.
-Qué mala es –dije en voz baja.
La pelirroja, absorta en un argumento sin sentido, ni siquiera giró la cabeza. No era cuestión de precipitarse, así que decidí esperar al siguiente error, en el argumento o en el rodaje, para intentarlo de nuevo.
A partir de ese momento, debo reconocerlo, la película fue mejorando gradualmente. Poco a poco el guión iba atando, con solidez, los cabos que habían quedado sueltos al principio. Los actores, como por arte de magia, se iban entonando y se volvía difícil no conectar con el argumento. Hasta la idea central del largometraje iba ganando en interés. Un crítico, había leído con anterioridad, había llegado a calificarla como "carga de profundidad para el sistema de valores, cuya calidad crece sorprendentemente para desembocar en un nudo resuelto con maestría". No les voy a contar el final, no se preocupen.
Con todo, en ese momento no se podía decir que la pelicula fuera más interesante que la pelirroja, Así que, decidido como estaba, proseguí con mi ofensiva. Además, si las película ganaba progresivamente en interes, debía actuar cuando antes. El metraje corría en mi contra.
-Qué mala es, por Dios –repetí en un momento en el que el director pretendió marear a los espectadores con una combinación desafortunada de travellings.
La pelirroja hizo una mueca de desaprobación y se arrebujó en su bufanda granate. Por lo menos, pensando en positivo, ya reaccionaba a los estímulos. Era una buena manera de comenzar. Después se giró hacia mí y me pidió silencio de nuevo. En fin, que el gesto de desprobación no era por la película, sino por el espectador insolente que se había sentado a su lado. O sea, yo.
Volví a prestar atención a la pantalla, totalmente enganchado por el argumento, dejándome llevar por ese engaño maravilloso que es el cine, identificándome por primera vez con el protagonista. Igual es que el principio era importante, y como yo no lo había visto, había juzgado la película con demasiada dureza. Llegue a convencerme de ello, y por eso le pregunte a la pelirroja qué era lo que me habia perdido.
-¿Después de media hora me lo preguntas? –susurró.
-Sí.
-Luego te lo cuento
Asentí.
-Ahora déjame ver la película –añadió.
Desde ese momento no dejé de prestar atención a la pantalla. Es más, en cuanto acabó la película, fui el unico de la sala que (siguiendo una costumbre de buen cinéfilo) esperó a que terminaran de proyectar los créditos que, por cierto, estaban en sueco, finés o algo así.
Cuando me levanté de la butaca, la pelirroja me esperaba en la puerta de la sala. Antes de que pudiera hablar le ofecí tabaco, para tener con quien compartir el cigarrillo pe-efe (de post-film). Ella negó con la cabeza.
-No fumo –explicó-, pero gracias de todas formas.
Fuimos a una cafetería que se encontraba al otro lado de la calle y allí pedimos un par de cervezas que el camarero llevó a la mesa con desgana. La invité, por supuesto, y esperé a que comenzara su relato.
Por lo que me contó el principio no era tan importante como yo había imaginado, pero alargamos la conversación hasta el imposible. Tres o cuatro cervezas más, creo, para ser exactos. Se llamaba Ángela, me dijo, y estudiaba Ciencias de la Imagen. Había ido a ver la pelicula, como ya había sospechado, porque era la única de la cartelera que aún no había visto. Eso nos sirvió para hablar de otros estrenos, y tuvimos tiempo de seguir bebiendo.
Cada vez estábamos más cerca el uno del otro, impresionados por los conocimientos y opiniones comunes que guardábamos, como tesoros inútiles, en una parte del cerebro. Ella, debo reconocerlo, me superaba en algunos aspectos. Su memoria, por ejemplo, era mejor que la mía. Se notaba en eso que era estudiante, porque conocía el nombre de cada uno de los integrantes del rodaje de las producciones que habían proyectado en los dos últimos años, desde el ayundante de direcci´´on hasta el responsable del vestuario. Impresionante.
Hasta que nos despedimos con dos besos en la mejilla, no sin antes darnos el teléfono y prometernos que nos llamaríamos a la semana siguiente para el proximo estreno. Pero, cuando se dió la vuelta, tiré su número de teléfono a una papelera. Sabía que si iba al cine con ella no sería capaz de prestar atención a la pantalla. Los cinéfilos somos así, qué se le va a hacer. Ella, como había supuesto, debia de ser tambien una cinéfila de categoría, porque nunca me llamó. Qué se le va a hacer. Los cinefilos, ya saben, somos así.

6 comentarios:

Munchausen dijo...

Lo curioso del cine finés es que al mismo tiempo suele ser de "aki". ;-)

Gonzalo dijo...

Creo que si estás capacitado para hacer seis o siete chistes de esos por jornada podrías trabajar en mi sección :)

mc clellan dijo...

La última vez que fue al cine, o sea, el viernes, mis vecinos de butaca llegaron tarde, me pisaron, aventaron uno de mis zapatos hasta el infinito (sí, vale, me había descalzado) y encima no pararon de hacer comentarios durante toda la película (ella preguntaba y él le explicaba a ella cada pasaje). Aunque lo mejor cuando, después de diez minutos, ellas suelta 'Pero ¿va a ser subtitulada todo el rato?' ¡¡Joder, que había comprado una entrada para 'Cartas desde Iwo Jima'!! ¿Qué esperaba?

Gonzalo dijo...

Hace tanto que no salgo a una hora en la que los cines están abiertos que casi ni lo echo de menos. Qué asco.

Munchausen dijo...

¿Necesitáis un bufón? ¿Podría llevar un sombrero con cascabales y señalar los defectos y sevicias de la dirección sin temor a represalias? :P

Anónimo dijo...

Cosas de cinéfilos.

No podría estar más de acuerdo.