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miércoles, 13 de abril de 2005

El inquietante encanto de las ferreterías

Tienen un nosequé esas baldas repletas de quincalla, toda ella con nombres extrañísimos e hiperprecisos (junto a los barcos, unos de los pocos lugares en los que los diccionarios todavían sirven para algo). Además, los tenderos saben lo que venden -otro gallo cantaría si fueran ellos los encargados de vender dockers para chicas-, o al menos saben mucho más que yo. Hace un par de días, en un escaparate, tenían un manguero. Mientras yo buscaba por dónde saldría el agua, me tuvieron que explicar que servía para planchar. Una maravilla. Y todo ello sin hablar de ese anacronismo que supone comprar ochenta tornillos -el ejemplo es real- y ver al empleado contándolos antes de empaquetarlos en papel de estraza rodeado de cajas en las que vendían básculas de precisión...

3 comentarios:

Carol Blenk dijo...

Entro poco en ferreterías pero siempre que lo hago hay colas interminables que aprovecho para descubrir herramientas y artilugios que desconozco. ¿Por qué siempre hay cola en las ferreterías?

(Dockers para chica, eh?, veo que has pasado por mi casa...)

Poledra dijo...

A mí también me encantan, y además me gusta comprarme algo, una lijadora todavía no, pero un destornilaldor que avisa si hay corriente ya ha caido ;-)

Muxu bat!!

velouria dijo...

Es verdad! Son preciosas y precisas! Nunca me había atrevido a entrar en una -las tenía por un templo de la cultura machote más hermética-, pero el día que lo hice volví a casa con todas las tuercas que me faltaban, y muchas más.