Aunque este año he decidido empezar con los triatlones, no podía dejar de intentar desclavarme la espina del año pasado, cuando en un primer intento zarandeado por unas condiciones meteorológicas entre adversas y demoníacas, la organización acortó la marcha cuando aún estábamos en la cima de El Moral, a mitad de recorrido.
Así que el uno de enero, el día que se abrían las inscripciones, ya estaba apuntado a la marcha. Aunque la preparación no se iba a centrar en El Soplao exclusivamente, supuse que llevar un año más de ciclismo acumulado debería notarse. Sobre todo porque significaba casi doblar la experiencia sobre los pedales.
Y allí estábamos, de nuevo con Antonio y con Julia y Lorena como impagable apoyo logístico. Además, tres amigos más de Antonio. Todos unos ciclistas mucho más preparados y concentrados que yo, que tengo con un concepto deportivo, digamos, más disperso. Esta vez, además, habíamos cogido una casa rural en El Tejo (Valdáliga), donde dormiríamos las noches anterior y posterior. Al contrario que el año pasado, en esta ocasión cada uno iría a su ritmo. Yo sería el más lento. Sabía, además, que, como mi objetivo era únicamente acabar, no debía acelerarme en ningún momento. Supuestamente estaba bien preparado, pero como no había hecho ninguna prueba tan larga, no las tenía todas conmigo. Afortunadamente, una salida con la bici de carretera el fin de semana anterior de una seis horas, en las que me encontré bastante bien, me sirvió para coger confianza.
En la salida, media hora antes del comienzo (8.00 am) |
Habíamos llegado relativamente pronto a la salida, a mitad del pelotón, y durante las primeras horas, al menos hasta el primer avituallamiento, en la cueva del Soplao, me adelantaban algunos ciclistas. Con todo, en El Soplao, con ya treinta kilómetros recorridos con vistas al mar en ocasiones, y con la masificación como mayor incomodidad, había superado el primer quinto del recorrido sin problemas. A mi ritmo, sin sufrir apenas desgaste, entretenido con los paisajes y con la sensación de rodar por esa zona sin que diluviara sobre uno. Una verdadera novedad. El cielo, aunque poblado de nubes grises y densas, nos respetaba de momento. Sólo faltaban diez kilómetros para Ruente, donde Julia y Lorena nos esperaban por si necesitábamos ropa seca, comida, o lo que fuera.
RUENTE
En el primer paso Antonio me lleva ya tres cuartos de hora de diferencia, lo que quiere decir que no volveré a ver a las chicas, pues estáran de camino al tercer punto antes de que yo llegue al segundo. Acuerdo con Julia que me espere en Renedo de Cabuérniga, antes del la subida al último puerto, pues seguramente sea a partir de entonces cuando necesite la linterna. Para ese entonces ya he agotado la batería de la cámara de vídeo que llevo en el manillar de la bici, pero se me olvida dejársela y cambiarla por otra de repuesto que también había llevado hasta allí.
PASO DEL RÍO
Pasando el río: nuevo embotellamiento. Bajaba mucha más corriente que el año anterior. |
MONTE AA
Parte alta de Monte Aa. El primer tramo es duro, pero se va suavizando en la parte final, donde además afloran las vistas. |
EL MORAL
Es la primera de las subidas grandes del día. No la más difícil, porque es una pendiente mantenida por una pista cómoda, que realizo con la amortiguación bloqueada tanto delante como detrás. Creo que los kilómetros de carretera me han venido muy bien para disfrutar de subir con la bici más rígida. Subo a buen ritmo, recordando cómo el año pasado, a estas alturas, estaba ya debilitado por el embate continuo de la lluvia. Hasta aquí no he necesitado sacar el chubasquero de la mochila. De hecho, al poco de subir, paro para quitarme la chaqueta y subir sólo con el maillot. El ascenso está abrigado del viento por un espeso bosque en su parte inferior y no hace frío. Al final del puerto llegaremos a la cifra mágica de mil metros de altitud.
El ascenso ha transcurrido sin novedad ni problemas. El plato grande, que por el barro acumulado de la primera parte del recorrido había dejado de funcionar, vuelve a engranar. Lo necesitaré para el descenso: más de diez kilómetros por una pista rápida que lleva al cruce de Juzmeana, cerca de Bárcena Mayor, donde el año pasado tuvimos que desviarnos para bajar por carretera a Cabezón.
Chispea levemente. Me pongo el chubasquero, las gafas y una cinta para proteger las orejas del frío. El descenso es rápido y sencillo. La única preocupación es no tocarse con otros ciclistas al adelantar o ser adelantado. Vigilo el altímetro para saber cuánto descenso queda, porque hace tiempo que la distancia recorrida no coincide con el rutómetro oficial.
CRUZ DE FUENTES
Entre Fuentes y Ozcava: pistas por encima de los mil metros de altitud. |
OZCAVA
La subida a Ozcava comienza de forma repentina. Está uno descendiendo Fuentes, abrigado con el chubasquero, y, sin solución de continuidad, comienza una nueva subida. Se hace dura porque la pista ya no es tan buena como las que hemos recorrido hasta aquí. Uno se acostumbra rápido a subir sólo por pistas cómodas y transitar por terrenos sólo un poco más descarnados -bastante embarrados, eso sí- en los descensos. No es que sea un terreno técnico, pero ya no vale concentrase sólo en pedalear. Para compensar, el avituallamiento se encuentra un par de kilómetros antes de coronar el puerto, y además me encuentro allí con Sergio y con Cristian: dos amigos que habían salido por detrás de mí y que finalmente me han alcanzado. Disfruto de la compañía hasta Correpoco, donde se escapan. Sergio no lleva linterna y no pueden perder mucho tiempo si quieren tener alguna opción de bajar el Negreo antes de que anochezca. Parece mentira, pero a estas alturas llevo más de doce horas sobre la bicicleta.
LLENDEMOZÓ
Sé que Julia estará esperándome con un frontal en la carretera, en Renedo de Cabuérniga, a sólo siete kilómetros. Y pensaba que sería un enlace por asfalto antes del último y temido puerto. Pero no. El recorrido nos lleva a los restos de una calzada empedrada bastante técnica. Además está embarrada y la mayoría de los ciclistas que circulan delante de mí se bajan por miedo a caer. Yo me siento capaz de hacerlo sobre la bici, al menos la mayor parte, pero no es un terreno en el que sea fácil adelantar a alguien que vaya caminando delante de ti, pues habitualmente no hay más que una única trazada. Y la gente va tan justa que no tiene fuerzas ni para apartarse. Así que acabo por rendirme a la evidencia: me bajo de la bici y camino también. Finalmente llego a Renedo a las nueve de la noche. Es obvio que no voy a terminar de día. Julia me da la linterna y le dejo algunas cosas que no voy ya a necesitar. Como un par de bocados de tortilla y comienzo la subida del Negreo.
EL NEGREO
Las primeras rampas son duras, pero hormigonadas en su mayor parte. Subo pedaleando hasta que las piernas dicen basta. Camino después junto a la bici. Y, caminando, adelanto a gente que sube montada en la bici. No estoy tan agotado, entonces. Miro arriba y en lo alto, en el collado, se ven nubes densas amenazando con pasar del valle de Cabuérniga al de Ruente. Debe de estar haciendo bastante malo allá arriba. Y hacia allá vamos mientras anochece. Poco después llueve con fuerza. Hay que colocarse el frontal, pues apenas se ve ya. La linterna que tengo apenas alumbra el metro y medio de suelo que tengo delante, pero sirve para resaltar los reflectantes del ciclista que llevo delante. Es como un videojuego de los ochenta: sólo se ven puntos blancos y rojos que se mueven y a los que hay que perseguir. Y hay que perseguirlos porque sin referencia se ve menos aún.
No veo un socavón y me caigo. He apoyado las manos en un charco. No me he hecho daño, si acaso un leve raspón, pero tengo las manos empapadas. Me cambio de guantes y sigo subiendo. Diluvia. En realidad, mientras siga siendo cuesta arriba, ni tan mal, porque al menos me mantengo en calor.
ÚLTIMO DESCENSO
La bajada es por una pista no demasiado difícil. Bueno, supongo, porque apenas veo nada y tiro a derecho por todos los obstáculos. No tengo luz para bajar a más de quince por hora y, a esa velocidad, me estoy quedando helado y sin frenos. Después de un buen rato bajando, y una vez que hemos formado un pelotón que parece una Santa Compaña sobre ruedas, sigo enfriándome. Tirito y no tengo fuerzas para accionar los cambios. En los pequeños repechos que nos encontramos pedaleo como un loco para entrar en calor. Seguimos descendiendo muy despacio. Tiemblo tanto que algunas sacudidas mueven el manillar. Los dientes castañetean.
Pasado el Alto de Carmona, una carpa hace de hospital de campaña. Media docena de ambulancias retiran a gente con hipotermias y un voluntario ofrece algo caliente. Pregunto qué es. Chocolate. No puedo tomarlo, soy intolerante a la lactosa. Pido que me abran una lata de cocacola y doy un trago. Siento como el líquido frío recorre mis entrañas. No tenía que haber bebido. Seguimos el descenso en grupo. Muy despacio, pero relativamente a salvo. De vez en cuando el grupo se para porque alguien se cae. Sigue diluviando. Creo que no ha parado desde la mitad del ascenso al Negreo hace, ¿cuánto?, ¿dos horas?
Por fin llegamos a la carretera de Ruente. La Guardia Civil intenta agrupar pelotones para escoltarlos con un coche por detrás porque hay mucha gente sin luces. Como llevo el frontal y no puedo seguir yendo tan despacio, me coloco en el grupo pero acelero y bajo solo hasta Cabezón. Adelanto a varios grupos de ciclistas. Si pedaleo fuerte, tengo menos frío. Paso la meta sin apenas emoción ni épica, entre un par de ambulancias con las sirenas y las luces encendidas. Avanzo hasta que me encuentro con Aitor, el amigo de Sergio y Cristian. Me dice que están en el hospital de campaña. ¿Ha pasado algo? No, sólo que se está caliente y se están cambiando. Entro yo también. Y llamo a Julia. Ya viene.
Una voluntaria de la Cruz Roja me ofrece caldo, pero no tiene vaso. Salgo y cojo el bidón de la bici. Con él lleno de líquido caliente entre las manos, y dando sorbos, soy feliz. No quiero volver a la calle, donde llueve y hace frío. Pero vamos; acompañado por Julia llego al coche, donde está Lorena para llevarnos a la casa rural. En el coche me cambio y me pongo ropa seca. Voy entrando en calor. Una ducha caliente y unos filetes de Tudanca y sólo queda contar batallitas y disfrutar de la velada. Me han esperado para cenar, y eso que algunos habían terminado varias horas antes.
1 comentario:
Grande Gonzalo!!, misión cumplida, y miles de anécdotas para recordar todo este año.
¿Soplao 2014?
Un placer, como siempre!
Abrazos.
Toñin
Publicar un comentario